No votar, luchar junto al Magisterio y los normalistas de Ayotzinapa
No votar, iniciar la organización
clasista en cada rincón del país
El día 2 de junio un impresionante operativo militar ingresó a los municipios de Tixtla y Chilapa. Los soldados entraron por centenares, fuertemente armados, a bordo de camiones y resguardando a los “rinocerontes”, modernas tanquetas diseñadas para reprimir manifestaciones y controlar multitudes.
En esas mismas montañas, como todo mundo sabe, desaparecieron en septiembre pasado 43 estudiantes normalistas y fueron asesinadas con brutalidad otras seis personas, entre estudiantes, maestros y futbolistas. En esos hechos estuvo involucrado José Luis Abarca, alcalde perredista de Iguala, Guerrero, apoyado por Andrés Manuel López Obrador, dirigente y símbolo del Movimiento de Regeneración Nacional. En prácticamente todo el país estalló una ola de manifestaciones que de inmediato responsabilizaron al Estado en su totalidad por los hechos al grito de “fue el Estado”. 180 universidades llegaron a parar simultáneamente en protesta. AMLO no se pronunció por estos sucesos sino hasta que el movimiento era ya muy grande y resultaban políticamente más rentable hacerlo que seguir apoyando con su silencio al asesino Abarca. Después, al inicio del periodo electoral, su partido promovió una campaña que deslegitima la crítica espontánea de las masas que se expresaban en contra de todo el aparato político burgués y que reprende las impresionantes movilizaciones que ocurrieron en defensa de los estudiantes de Ayotzinapa. Se trata de un detestable anuncio en el que aparecen supuestos estudiantes de la UNAM, en el que se lee la frase: “si quieres pasar de la protesta a la propuesta, métete a Morena”. Resulta evidente que estos comerciales están dirigidos a los estudiantes organizados que, de manera independiente, iban escalonando los paros en las escuelas. A ellos “regaña” Andrés Manuel, y a ellos les dice que la única forma posible de construir propuestas y transformar la realidad es a través de su putrefacto liderazgo.
Por el contrario, los padres de los desaparecidos, junto con el normalismo guerrerense, el Movimiento Popular Guerrerense y la CETEG, han mantenido una lucha por el esclarecimiento de los hechos y la presentación con vida de los 43. En las montañas de Guerrero y Oaxaca, así como en sus capitales, la lucha contra la reforma educativa ha hecho coincidir a los maestros de la CNTE y de la CETEG con los estudiantes normalistas y con muchos otros sectores del proletariado. Aunque un proceso como este no es nuevo, pues en esas regiones la tradición de lucha contra el Estado es antaña, es cierto que la radicalidad de las posiciones ha subido de nivel en los últimos años, en particular desde los acontecimientos de Oaxaca en la primavera del 2006. En la zona hay también una encarnizada lucha por los recursos naturales, protagonizada por un campesinado organizado en torno a formas politizadas de policía comunitaria y un capital agrupado en empresas mineras y narcotraficantes, aliado incondicionalmente con el Estado. En la citada lucha contra la reforma educativa en Guerrero, se conjuntaron en el MPG el magisterio, los normalistas y la CRAC-PC.
En virtud de todo ello, estos sectores organizados han ido adquiriendo un nivel de conciencia cada vez más elevado respecto a su enemigo de clase. La complicidad tácita de AMLO y Morena en los hechos de Iguala terminó por convencer a sus mayorías de que ninguno de los partidos electorales representa sus intereses y que todos ellos están dispuestos a tratar a estudiantes y trabajadores con la misma brutalidad. Por ello, anunciaron meses atrás que boicotearían el proceso electoral si la masacre de normalistas no era esclarecida antes. Haciendo gala de un cinismo insultante, Morena les ofreció designar a los candidatos a los puestos locales si desistían de esa acción.
En vísperas de las elecciones, para impedir que se lleve a cabo el boicot, el Estado ha enviado a lo más moderno de su fuerza represiva. La contienda electoral en la que participarán los partidos de la derecha, lo mismo que Morena y el PRD, se llevará a cabo, si es necesario, sobre los cadáveres de normalistas, maestros y padres de los desaparecidos.
En este escenario, el Movimiento de Regeneración Nacional ha sacado a su ejército de “intelectuales” a sueldo para convencer a los millones de escépticos que no quieren votar, de acudir a las urnas como si nada. Ignorando el tácito apoyo de su dirigente al genocida Abarca, se presentan a sí mismos como la salvación de la barbarie en la que está sumida el país. Pese a que, como partido, Morena no se ha pronunciado por la libertad de los presos políticos; pese a que tampoco ha siquiera prometido un juicio político a quienes resulten responsables de los hechos de Iguala; pese a que no dijo una sola palabra de apoyo a los jornaleros de San Quintín; pese a que su lucha contra las reformas estructurales se limita, según se programa, a su “revisión”, sus merolicos insisten en que votar por ellos es la única forma de “cambiar algo”. La ley del “menos peor”, como siempre, ha conquistado los corazones de buena parte de quienes están en condiciones de organizarse políticamente y que de hecho lo hicieron -al grito de “Fue el Estado”- en los últimos meses del año pasado. Sin embargo esta ley no es más que un mediocre discurso, pues en los hechos que atañen a la vida cotidiana de los trabajadores Morena no representa diferencia alguna.
Ahora bien, en términos de garantías para la organización, es obvio que tampoco hay cambios sustanciales de un partido a otro. Sin embargo, este hecho tan importante le ha resultado obvio solamente a aquellos sectores del proletariado que ya han experimentado la represión de todos los partidos en carne propia: a los maestros, normalistas y campesinos de la región de Oaxaca y Guerrero que hoy llaman al boicot electoral. Los sectores organizados de las grandes ciudades se niegan a aceptar esa realidad, pues insisten en que habría que votarle a Morena “por estrategia”, para tener mejores condiciones para la organización. No comprenden que tarde o temprano, su suerte será la misma que la de los normalistas. Aunque algunos reconocen que en Guerrero y Oaxaca el boicot es legítimo, contradictoriamente invocan las distintas condiciones de otras partes del país.
El problema con esta posición es que desconoce la unicidad de la clase explotada, que no puede tener distintas posiciones políticas en lugares distintos, a riesgo de traicionarse a sí misma. Esta regla, que pareciera un capricho de lo abstracto, adquiere en la presente situación un dramatismo y una peligrosidad inusitados. Es así porque de desatarse una sangrienta represión en la Sierra, ésta sería avalada por un voto numeroso por la izquierda en el resto del país. Se enviaría el mensaje de que quienes fueron reprimidos no contaban con el apoyo ni siquiera de sus hermanos de causa. No es válido el argumento de la disparidad de condiciones, en principio, porque ésta no existe. Morena es tan proclive a la represión en la Cd. De México como en Guerrero, como lo demuestra el espaldarazo dado por AMLO a Miguel Ángel Mancera, represor y encarcelador asiduo de estudiantes y maestros. Si hay disparidad en los niveles de organización, ésta sólo puede superarse propiciando la organización, y en eso nada tiene que ver el color del tolete contra el que esa organización terminará por enfrentarse. Observar el proceso de los sectores avanzados y verlo como parte de nuestro propio proceso y no como uno ajeno nos ahorrará muchos momentos amargos innecesarios y mejorará nuestra posición frente al enemigo de clase.
También hay quienes argumentan que es posible organizarse al mismo tiempo que votar, que no son acciones contradictorias entre sí. Pero esa afirmación parte del mismo sectarismo. Por lo que hemos dicho, votar resultará perjudicial –por decir lo menos– para los sectores más avanzados, para su organización. Entonces, puede que votar no vulnere de inmediato nuestra posibilidad de organizarnos, pero en estas condiciones sí vulnera la organización del sector más avanzado de la clase obrera, y con ello a toda organización posible contra el Estado y el capital.
En ese sentido, es necesario llamar a respaldar el boicot y a un abstencionismo consciente y militante. Esto quiere decir que debemos acompañar la abstención por la creación de núcleos obreros y de trabajadores en todos los lugares donde las reformas estructurales han golpeado duro, ahí donde las condiciones de vida de los explotados son insostenibles, con miras a la formación de una gigantesca organización obrera capaza de devolver golpe por golpe los embates de la burguesía. Pero ahora más que nunca, el primer paso, la antesala de esta organización, es la abstención electoral consciente como acto que desenmascare la realidad de la democracia burguesa mexicana, como una institución que sólo puede sostenerse sobre las bayonetas.
Hoy más que nunca, en esta situación más que en ninguna otra, el llamado al voto es un llamado contra la organización independiente de la clase obrera. Más aún, es la legitimación de una muy probable y brutal represión en su contra. Llamar al voto, y en particular al voto por la izquierda, es hoy en día un acto de traición imperdonable.
El día 2 de junio un impresionante operativo militar ingresó a los municipios de Tixtla y Chilapa. Los soldados entraron por centenares, fuertemente armados, a bordo de camiones y resguardando a los “rinocerontes”, modernas tanquetas diseñadas para reprimir manifestaciones y controlar multitudes.
En esas mismas montañas, como todo mundo sabe, desaparecieron en septiembre pasado 43 estudiantes normalistas y fueron asesinadas con brutalidad otras seis personas, entre estudiantes, maestros y futbolistas. En esos hechos estuvo involucrado José Luis Abarca, alcalde perredista de Iguala, Guerrero, apoyado por Andrés Manuel López Obrador, dirigente y símbolo del Movimiento de Regeneración Nacional. En prácticamente todo el país estalló una ola de manifestaciones que de inmediato responsabilizaron al Estado en su totalidad por los hechos al grito de “fue el Estado”. 180 universidades llegaron a parar simultáneamente en protesta. AMLO no se pronunció por estos sucesos sino hasta que el movimiento era ya muy grande y resultaban políticamente más rentable hacerlo que seguir apoyando con su silencio al asesino Abarca. Después, al inicio del periodo electoral, su partido promovió una campaña que deslegitima la crítica espontánea de las masas que se expresaban en contra de todo el aparato político burgués y que reprende las impresionantes movilizaciones que ocurrieron en defensa de los estudiantes de Ayotzinapa. Se trata de un detestable anuncio en el que aparecen supuestos estudiantes de la UNAM, en el que se lee la frase: “si quieres pasar de la protesta a la propuesta, métete a Morena”. Resulta evidente que estos comerciales están dirigidos a los estudiantes organizados que, de manera independiente, iban escalonando los paros en las escuelas. A ellos “regaña” Andrés Manuel, y a ellos les dice que la única forma posible de construir propuestas y transformar la realidad es a través de su putrefacto liderazgo.
Por el contrario, los padres de los desaparecidos, junto con el normalismo guerrerense, el Movimiento Popular Guerrerense y la CETEG, han mantenido una lucha por el esclarecimiento de los hechos y la presentación con vida de los 43. En las montañas de Guerrero y Oaxaca, así como en sus capitales, la lucha contra la reforma educativa ha hecho coincidir a los maestros de la CNTE y de la CETEG con los estudiantes normalistas y con muchos otros sectores del proletariado. Aunque un proceso como este no es nuevo, pues en esas regiones la tradición de lucha contra el Estado es antaña, es cierto que la radicalidad de las posiciones ha subido de nivel en los últimos años, en particular desde los acontecimientos de Oaxaca en la primavera del 2006. En la zona hay también una encarnizada lucha por los recursos naturales, protagonizada por un campesinado organizado en torno a formas politizadas de policía comunitaria y un capital agrupado en empresas mineras y narcotraficantes, aliado incondicionalmente con el Estado. En la citada lucha contra la reforma educativa en Guerrero, se conjuntaron en el MPG el magisterio, los normalistas y la CRAC-PC.
En virtud de todo ello, estos sectores organizados han ido adquiriendo un nivel de conciencia cada vez más elevado respecto a su enemigo de clase. La complicidad tácita de AMLO y Morena en los hechos de Iguala terminó por convencer a sus mayorías de que ninguno de los partidos electorales representa sus intereses y que todos ellos están dispuestos a tratar a estudiantes y trabajadores con la misma brutalidad. Por ello, anunciaron meses atrás que boicotearían el proceso electoral si la masacre de normalistas no era esclarecida antes. Haciendo gala de un cinismo insultante, Morena les ofreció designar a los candidatos a los puestos locales si desistían de esa acción.
En vísperas de las elecciones, para impedir que se lleve a cabo el boicot, el Estado ha enviado a lo más moderno de su fuerza represiva. La contienda electoral en la que participarán los partidos de la derecha, lo mismo que Morena y el PRD, se llevará a cabo, si es necesario, sobre los cadáveres de normalistas, maestros y padres de los desaparecidos.
En este escenario, el Movimiento de Regeneración Nacional ha sacado a su ejército de “intelectuales” a sueldo para convencer a los millones de escépticos que no quieren votar, de acudir a las urnas como si nada. Ignorando el tácito apoyo de su dirigente al genocida Abarca, se presentan a sí mismos como la salvación de la barbarie en la que está sumida el país. Pese a que, como partido, Morena no se ha pronunciado por la libertad de los presos políticos; pese a que tampoco ha siquiera prometido un juicio político a quienes resulten responsables de los hechos de Iguala; pese a que no dijo una sola palabra de apoyo a los jornaleros de San Quintín; pese a que su lucha contra las reformas estructurales se limita, según se programa, a su “revisión”, sus merolicos insisten en que votar por ellos es la única forma de “cambiar algo”. La ley del “menos peor”, como siempre, ha conquistado los corazones de buena parte de quienes están en condiciones de organizarse políticamente y que de hecho lo hicieron -al grito de “Fue el Estado”- en los últimos meses del año pasado. Sin embargo esta ley no es más que un mediocre discurso, pues en los hechos que atañen a la vida cotidiana de los trabajadores Morena no representa diferencia alguna.
Ahora bien, en términos de garantías para la organización, es obvio que tampoco hay cambios sustanciales de un partido a otro. Sin embargo, este hecho tan importante le ha resultado obvio solamente a aquellos sectores del proletariado que ya han experimentado la represión de todos los partidos en carne propia: a los maestros, normalistas y campesinos de la región de Oaxaca y Guerrero que hoy llaman al boicot electoral. Los sectores organizados de las grandes ciudades se niegan a aceptar esa realidad, pues insisten en que habría que votarle a Morena “por estrategia”, para tener mejores condiciones para la organización. No comprenden que tarde o temprano, su suerte será la misma que la de los normalistas. Aunque algunos reconocen que en Guerrero y Oaxaca el boicot es legítimo, contradictoriamente invocan las distintas condiciones de otras partes del país.
El problema con esta posición es que desconoce la unicidad de la clase explotada, que no puede tener distintas posiciones políticas en lugares distintos, a riesgo de traicionarse a sí misma. Esta regla, que pareciera un capricho de lo abstracto, adquiere en la presente situación un dramatismo y una peligrosidad inusitados. Es así porque de desatarse una sangrienta represión en la Sierra, ésta sería avalada por un voto numeroso por la izquierda en el resto del país. Se enviaría el mensaje de que quienes fueron reprimidos no contaban con el apoyo ni siquiera de sus hermanos de causa. No es válido el argumento de la disparidad de condiciones, en principio, porque ésta no existe. Morena es tan proclive a la represión en la Cd. De México como en Guerrero, como lo demuestra el espaldarazo dado por AMLO a Miguel Ángel Mancera, represor y encarcelador asiduo de estudiantes y maestros. Si hay disparidad en los niveles de organización, ésta sólo puede superarse propiciando la organización, y en eso nada tiene que ver el color del tolete contra el que esa organización terminará por enfrentarse. Observar el proceso de los sectores avanzados y verlo como parte de nuestro propio proceso y no como uno ajeno nos ahorrará muchos momentos amargos innecesarios y mejorará nuestra posición frente al enemigo de clase.
También hay quienes argumentan que es posible organizarse al mismo tiempo que votar, que no son acciones contradictorias entre sí. Pero esa afirmación parte del mismo sectarismo. Por lo que hemos dicho, votar resultará perjudicial –por decir lo menos– para los sectores más avanzados, para su organización. Entonces, puede que votar no vulnere de inmediato nuestra posibilidad de organizarnos, pero en estas condiciones sí vulnera la organización del sector más avanzado de la clase obrera, y con ello a toda organización posible contra el Estado y el capital.
En ese sentido, es necesario llamar a respaldar el boicot y a un abstencionismo consciente y militante. Esto quiere decir que debemos acompañar la abstención por la creación de núcleos obreros y de trabajadores en todos los lugares donde las reformas estructurales han golpeado duro, ahí donde las condiciones de vida de los explotados son insostenibles, con miras a la formación de una gigantesca organización obrera capaza de devolver golpe por golpe los embates de la burguesía. Pero ahora más que nunca, el primer paso, la antesala de esta organización, es la abstención electoral consciente como acto que desenmascare la realidad de la democracia burguesa mexicana, como una institución que sólo puede sostenerse sobre las bayonetas.
Hoy más que nunca, en esta situación más que en ninguna otra, el llamado al voto es un llamado contra la organización independiente de la clase obrera. Más aún, es la legitimación de una muy probable y brutal represión en su contra. Llamar al voto, y en particular al voto por la izquierda, es hoy en día un acto de traición imperdonable.