Los constituyentes constituidos : Una crítica a la "nueva" asamblea y a la fórmula "anticapitalista"
31-mayo-2016
En febrero de este año terminó el cabildeo político entre las diversas fuerzas de la burguesía para determinar la nueva situación política de la Ciudad de México. Se resolvió finalmente la conversión del Distrito Federal en una nueva entidad federativa que contará con su propia Constitución política, la cual será elaborada por un nuevo poder “constituyente” para cuya constitución se ha convocado a elecciones el próximo 5 de junio. Queremos abordar aquí dos problemas: el primero es el del significado real de todo este proceso y por qué no es más que una estafa más de nuestra clase dominante; el segundo, el de la estafa adicional que se ha incrustado por su propia voluntad en esta misma estafa, en forma de “candidatura independiente anticapitalista”.
El Constituyente constituido, o por qué este proceso es antiobrero y antidemocrático.
En términos históricos, un poder constituyente es aquel que emana directamente de la conclusión de explosiones sociales de grandes proporciones, que dejan al país en cuestión sin poderes establecidos con firmeza y en la necesidad de constituir unos nuevos. Es el resultado de un choque violento entre las clases sociales que necesariamente refleja una nueva correlación de fuerzas, una nueva situación de dominación. En términos jurídicos la definición es similar, pues se comprende al poder constituyente por oposición al poder constituido, es decir, todo poder “legal”, regulado y conferido por la normatividad positiva vigente. Así, en la historia mexicana, los ejercicios de poderes constituyentes más conocidos son los de 1857 y 1917, ambos producto de profundas y violentas luchas sociales en las cuales salió favorecida la burguesía nacional, quedando este triunfo plasmado en ambos textos constitucionales.
De ahí que resulte sospechoso que para la redacción de una nueva Constitución para la Ciudad de México se convoque a una Asamblea Constituyente ¿Han acontecido en esta ciudad choques sociales de la magnitud necesaria para derribar a los poderes constituidos en 1917? ¿Ha cambiado cualitativamente la correlación de fuerzas, al grado de que este cambio deba reflejarse en una ley radicalmente distinta a la anterior? Dejemos clara una cosa, esos poderes constituidos en el 17 son los poderes de la burguesía sobre el proletariado, el régimen de producción que regula esa Carta Magna es el régimen capitalista y las relaciones que establece como legales son las relaciones de explotación y dominación que permiten la extracción burguesa del plusvalor. Es necesario decir que esa situación no sólo no se ha modificado cualitativamente, sino que sus cambios cuantitativos recientes la han reforzado, han subordinado más al proletariado y lo han sujeto a una explotación más intensa e inmisericorde. Las reformas estructurales son cambios legales que refuerzan la posición de los poderes constituidos y empeoran drásticamente la de los oprimidos; se trata de las mismas relaciones de dominación pero aplicadas a una mayor escala y con menos limitaciones.
Entonces ¿Puede representar esta Asamblea a supuestas nuevas fuerzas y nuevas relaciones de dominación? La respuesta es obviamente negativa. La situación que acabamos de describir se refleja desde las premisas del proceso. En primer lugar, como informan algunos críticos del mismo, la convocatoria para formar la Asamblea fue regulada por el Poder Revisor de la Constitución, es decir, un órgano del poder constituido por la Constitución de 1917, y el poder constituido entonces no es otro que el poder de la burguesía. Este mismo poder, nos informan los críticos, redactó y publicó ya en el Diario Oficial de la Federación la mayor parte del “nuevo” texto constitucional.
En segundo lugar, le fue otorgada –por los mismos poderes constituidos-, al jefe de gobierno de la Ciudad (otro poder constituido), la supremísima potestad para redactar el proyecto de la nueva Constitución. El papel de la Asamblea se reduce a revisar el texto y a proponer cambios y adiciones. Aunque está facultada para plantear la incorporación de temas no previstos en el proyecto, éstos sólo se discutirán después de haber terminado de remozar el borrador dado por el gobierno. Es decir que el grueso de trabajo de la Constituyente se hará sobre la base de un texto redactado por el poder constituido. ¿Constituido por quién? Por la burguesía.
En tercer lugar, ya informados de todo esto, ¿podemos siquiera plantear que esa Asamblea es en realidad una Constituyente frente a los burgueses constituidos que le darán el texto que tiene que revisar? En realidad no: la Constituyente no es más que otro órgano de expresión de esos mismos poderes. Se integrará por 100 diputados, 40 de los cuales serán impuestos por… los poderes constituidos, en la siguiente razón:
14 senadores designados por la cámara de senadores
14 diputados designados por la cámara de diputados
6 nombrados por el Presidente de la República
6 nombrados por el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México
Es decir, nada más y nada menos que 40 legisladores designados por la burguesía empoderada y constituida en Estado. No hay en ese 40% de la nueva Asamblea un ápice de poder Constituyente. Pero dirán nuestros detractores liberales: “¡Son la minoría, el pueblo puede elegir aún al 60%!”. A lo que respondemos, ¿de dónde es que esa entidad fantasmal llamada “pueblo” va a elegir a sus representantes para la Constituyente? Claro está que de los partidos políticos constituidos como tales, las bestias que devoran los impuestos de los trabajadores y devuelven una parte en forma de detritus electoral, campañas ridículas para perezosos mentales cuyo único objetivo es hacer pasar el interés de la burguesía por interés general. ¿No hicieron eso los partidos del Pacto por México, al decirnos que las reformas estructurales eran por nuestro propio bien? Nos dirán el señor Ackerman y sus acólitos: “¡El Pacto por México no es todo, podemos votar por los prohombres de MORENA y salvar a la Ciudad de la oligarquía mancerista!” Pero, ¿no era el propio Mancera hace unos meses miembro de la oligarquía lopezobradorista, agrupada en torno al magnate constituido Carlos Slim, como lo eran también José Luis Abarca y Ángel Aguirre, los asesinos de normalistas? ¿No luchaban esos normalistas contra la privatización de la educación, y por lo tanto contra los intereses de la burguesía constituida, cuando fueron ejecutados por los aliados de MORENA? ¿No es cierto que ese partido dejó pasar sin protesta alguna la Reforma Laboral para no asustar a los burgueses constituidos que financiarán su próxima campaña electoral y que constituyen su verdadera fuerza? ¿Puede plantearse con algo de seriedad, entonces, que los partidos del Pacto por México y su palero el MORENA son otra cosa que los brazos electorales y desmovilizadores de los poderes constituidos?
Y contra esto vociferará el liberalismo de izquierda “¡Los partidos electorales no son todo, hay candidatos independientes, votemos a los candidatos independientes!” ¿Pero cuánta independencia puede haber en un proceso gobernado de principio a fin por los poderes constituidos? Es claro que los partidos del régimen se han adelantado ya y han presentado como independientes a sus propias huestes, como en el sonado caso del “Bronco” el año pasado. Además, en caso de ganar algunos independientes, serán amancillados por quienes representan el poder de los partidos, de tal modo que para sobrevivir tendrán que agruparse en torno a alguno de ellos, perdiendo toda independencia y sumándose entonces al poder constituido. Pero el problema de los “independientes” es más profundo. En tanto este Constituyente no es producto en modo alguno de un conflicto de clases que haya removido las estructuras del Estado y las relaciones vigentes de dominación, es extremadamente difícil que sus planteamientos puedan ser verdaderamente constituyentes. Por el contrario, lo más probable es que no encontremos en sus plataformas más que propuestas para administrar mejor el orden constituido, para proteger mejor el interés de la burguesía disfrazado de interés general, para superar los desperfectos de los partidos en materia de respeto a la propiedad privada y cuidado de las relaciones de dominación que la protegen y la hacen funcionar. Si revisamos el programa de un candidato independiente al azar encontraremos sólo los siguientes puntos:
-Cárcel a los corruptos
-Ley Anticorrupción
-Revocación de mandato
-Plebiscito y Consulta Ciudadana
-Evaluación continua del Buen Gobierno
-Fiscalización Ciudadana
Estos seis puntos se resuelven en dos: que los políticos no roben lo que a los propietarios privados pertenece y que sea respetada la ciudadanía, es decir, el conjunto de derechos de la propiedad privada. No se está constituyendo nada, se está fortaleciendo lo ya constituido, se está perfeccionando y haciendo eficiente la expropiación del trabajo de la clase oprimida por la burguesía. Resumiendo: tenemos entonces una Constituyente que no puede constituir, y no puede hacerlo porque ella misma está constituida por los poderes constituidos; su función es, a lo más, reforzar lo constituido, y lo constituido es la dominación de la burguesía sobre el proletariado.
La candidatura “anticapitalista”, o la promesa de constituir lo ya constituido.
Del interior de esta desagradable maraña mal tejida por el poder constituido de la burguesía, surge para la “nueva” Asamblea una candidatura que dice ser verdaderamente independiente, distinta cualitativamente de las demás candidaturas independientes por el hecho de defender las aspiraciones de los trabajadores, los jóvenes y las mujeres. La fórmula número 5 “Anticapitalistas a la Constituyente”, se presenta como el non plus ultra del radicalismo democrático de esta competencia, ofreciendo como promesas de campaña una serie de medidas abiertamente antipatronales que ningún trabajador en su sano juicio podría despreciar. Resumamos:
Igualar los salarios de los políticos a los del magisterio; acceso irrestricto a la educación media superior y superior basado en el impuesto progresivo a escuelas privadas y el no pago de la deuda externa, ningún despido por la Reforma Educativa; prohibición del outsourcing y tercerización, derogación de la Reforma Laboral, salario mínimo igual a la canasta familiar actualizado con la inflación; plan de obras públicas bajo control de los trabajadores, medidas expropiativas contra empresas que incumplan los derechos laborales; derogación del artículo 362, liberación de presos políticos y disolución del cuerpo de granaderos; renacionalización sin indemnización de servicios privatizados, nueva fiscalización del gran capital; control de las empresas nacionalizadas por trabajadores y usuarios; concesión a familias pobres y de trabajadores de un porcentaje del suelo mayor al disponible para vivienda, expropiación de los terrenos usurpados por corporaciones para el mismo fin; nacionalización del transporte bajo control de los trabajadores, boleto gratuito para estudiantes y trabajadores.
Es evidente que la implementación de esas medidas requiere un cambio radical en la correlación de fuerzas que subordine a la burguesía y la obligue a aceptarlas. Es decir, requiere la caída del poder constituido burgués y el surgimiento de nuevos poderes con posibilidad de constituirse como tales. No son medidas que puedan venir del poder constituido tal como lo conocemos ahora y tal y como lo ha conformado la Asamblea “Constituyente”. Se nos sugiere que son demandas democráticas que pueden orientar a la clase obrera en su lucha contra la burguesía, pues a través de la campaña electoral llegarán a millones de trabajadores. Ahí radica la fe constituyente de los animosos jóvenes del Movimiento de los Trabajadores Socialistas (al cual se adscriben los candidatos), que pese a que reconocen el cariz antidemocrático del proceso, siguen pensando que a partir de él, por lo menos indirectamente, pueden constituir algo nuevo. Pero esto trae consigo una contradicción: ¿Quién demanda a quién en la relación entre el Estado y sus subordinados? ¿Cómo es posible que las demandas obreras sean planteadas por y desde el Estado? Esto es comprensible si entendemos que los “Anticapitalistas” se mueven siempre en el plano de lo constituido. Expliquémonos. En la tradición política marxista, el único objetivo de la lucha electoral es el uso de los escaños como tribuna para la agitación revolucionaria, para la denuncia radical del sistema capitalista y para el encumbramiento mediático del llamado programa máximo, esto es, la socialización de los medios de producción y la constitución de un orden comunista. Es decir, desde una política revolucionaria no existe la fe en el poder constituyente de lo constituido, sino sólo su denuncia y su condena a muerte. Temerosos ante una arenga de este tipo, ante un comportamiento tan desentonado con los buenos modos de los que de un tiempo para acá hacen alarde, ante la posibilidad de que palabras tan altisonantes causen su expulsión del círculo social de lo constituido; asustados por la posibilidad catastrófica de que todos esos jóvenes de clase media entusiasmados por la democracia se aterroricen con el comunismo; claudicantes por su convicción de que la clase obrera no puede entender sus propios intereses más que a través del discurso democrático; en otras palabras, inmersos absolutamente en el mundo de lo constituido, los Anticapitalistas y compañía han sustituido el programa comunista por el programa mínimo, compuesto de esas demandas democráticas radicales. Y por eso mismo, en lugar de plantearle a la clase trabajadora aquel programa máximo que difícilmente podía emanar de ella de modo espontáneo, le plantean aquél que justamente debía salir de ella, de sus necesidades inmediatas y cotidianas: de ahí la enorme confusión, creada por la pusilanimidad “anticapitalista”, en la que un Estado le dice a los trabajadores qué demandarle. Es sorprendente que en la actual coyuntura, en la que cada una de las luchas y protestas que a diario estallan en nuestro país amenaza con convertirse en una rebelión que arrase con todo lo constituido, los “Anticapitalistas” renuncien al programa socialista y lo escondan tras el comodín de las consignas democráticas.
Esta contradicción de fondo se transforma también en contradicción de forma. Por más que los “Anticapitalistas” insisten en que sus consignas democráticas son llamados a la lucha callejera, no es así como aparecen ante los ojos de la clase obrera. Su calidad de “consignas” o de “demandas”, que es como ellos las defienden en su propaganda extraelectoral, pierde todo sentido en la campaña electoral. En ella, tienen el estatus de promesas de campaña, de programa a realizar si la fórmula 5 resulta electa. Por eso pueden encontrarse así en el sitio de internet del INE, un poder constituido. No son orientaciones de la lucha, sino motivos para votar por alguien. Así se presenta también, en sus spots televisivos, la consigna del aumento salarial conforme a la inflación, como una promesa de campaña, no como una bandera de lucha. Cuando decimos “se presenta” no nos referimos sólo al discurso verbal abierto, sino a la forma toda en que la consigna surge ante los ojos de los trabajadores: los spots de la fórmula 5 no son distintos a ese detritus electoral que nos han hecho masticar los partidos patronales durante décadas. En el papel de las juventudes panistas viendo al horizonte, conocidos activistas universitarios tocándose la barbilla; en el de Santiago Creel en pose reflexiva, el otrora merolico de la izquierda burguesa, Massimo Modonesi, mirando al piso. Y lo que permanece idéntico, fiel a la tradición publicitaria del populismo priista practicado igual por el PRD y el MORENA, el conocido grupo de trabajadores y gente pobre que, después de una breve discusión, concluyen que lo único que pueden hacer para mejorar su situación es acudir a las urnas. Pero nada de esto es casualidad. Sergio Moissen, Sulem Estrada y compañía hacen lo único que pueden hacer para aspirar a las curules: imitar palmo a palmo las formas constituidas de la democracia burguesa, sus modos, sus imágenes y sus discursos visuales, pero también su mensaje político, desmovilizador por excelencia.
A esto se suma la inclusión en el discurso de sujetos ambiguos, como la juventud y las mujeres, cuya composición multiclasista complica su adscripción a un programa comunista. Por eso, esa ambigüedad también corresponde bien con las relaciones constituidas de dominación: es políticamente correcto apelar en el discurso a “nuevos sujetos transformadores” que sustituyan a la anquilosada clase obrera, nadie votará por ti si mencionas demasiado a la clase obrera. Hay que deducir también que el voto obrero no es una prioridad para los “Anticapitalistas.”
Así las cosas, los “Anticapitalistas” se han creído las palabras del Estado y han tomado por Constituyente lo que no es más que otra expresión de lo constituido. Al contrario de los otros candidatos independientes, que cínicamente defienden el fortalecimiento de lo constituido, los “anticapitalistas” pretenden constituir, pero lo hacen bajo las premisas y las formas de lo constituido. Cuando las consignas democráticas sustituyen al programa comunista no son ya un arma del proletariado, sino de la burguesía; cuando aparecen ambiguamente como promesas y como demandas al mismo tiempo, se tornan agente de confusión y no instrumento de organización. Cuando quien las enarbola lo hace para mantenerse en lo constituido y no para romper con él, las convierte en los gigantescos muros de un callejón sin salida. No debe extrañarnos esta confusión política de parte de Moissen y compañía. De unos años para acá, el Movimiento de los Trabajadores Socialistas ha aprovechado cada coyuntura para llamar a la formación de Asambleas Constituyentes. Han machacado tanto la consigna que han terminado por fetichizarla, esto es, la han privado de su contenido histórico y la han convertido en una panacea que por sí misma puede barrer con lo viejo e inaugurar lo nuevo. Su fijación por el “ciclo bonapartista” reflejado en la Constitución de 1917, que sancionó unas nuevas relaciones burguesas de dominación, los ha llevado a pensar que toda Constituyente refleja una situación de trastocamiento del orden social. Para ellos, la Constituyente no puede sino constituir; no requiere para ello un contexto, sino que crea el contexto por sí misma. Esa, según ellos, es la función de sus promesas democráticas. Lo que hemos demostrado hasta aquí es que el carácter constituido de la constituyente, con su origen, su estructura, sus procedimientos, sus formas y sus discursos, pero sobre todo por su sólido fundamento en una relación de dominación de clases que no ha sido removida, no puede sino quitarle el filo a cualquier consigna democrática, despojarla de su peso específico como agente movilizador, convertirla para los trabajadores en una moneda de cambio contra su sometimiento constituido.
¿Cuál es ese contenido histórico de “La Asamblea Constituyente” que la gente del MTS ignora en absoluto? La Constituyente del México revolucionario cumplía la misma función que habían tenido sus homónimas en Alemania y Francia en el siglo XIX: ajustar cuentas entre la burguesía y la aristocracia terrateniente para establecer regímenes capitalistas modernos. La Asamblea Constituyente es la partera de la república burguesa: inaugura el orden político burgués, las formas burguesas de elegir y de representar. A la vez, la Constituyente parió el lenguaje político burgués que precisa ese orden político, las formas discursivas que permiten tales modos de ejercicio y delegación del poder. Es en ese sentido que los “socialistas” de la fórmula 5 son hijos predilectos de su madre Constituyente: al esconder el programa socialista que denuncia el antagonismo insalvable entre burguesía y proletariado; al hacerle creer a este último, como buenos socialdemócratas, que el sistema puede reformarse; al nublar esa contradicción introduciendo demandas propias de la clase media progresista; en resumen, al posponer permanentemente la superación del antagonismo de clase que sostiene al régimen, se acomodan plácidos en el mundo de lo constituido, se recuestan en él cada vez más cómodos, cada vez menos ruidosos, cada vez más amigables para los poderes constituidos de los que ahora se rodean. En nombre de este nuevo margen de confort, los jóvenes impetuosos del MTS no pueden sino comprarle a los poderes constituidos el cándido ofrecimiento de volver a constituir; sus experimentados líderes tienen por fin el Constituyente que siempre anhelaron y se revuelcan en él con singular regocijo.
Lo que resulta más lamentable de esta situación es que el MTS y los “anticapitalistas” hacen esto en una coyuntura en la que la clase trabajadora requiere de claridad política. Es evidente que en estos días se juega, en manos del magisterio, la suerte de toda la clase: si los maestros son derrotados, no habrá ya fuerza obrera organizada que pueda seguir resistiendo las reformas estructurales. Y es momento de que el magisterio agrupado en torno a la CNTE saque de la historia reciente todas las lecciones y las convierta en política. Lo que esas lecciones le enseñan es que su tamaño y su capacidad organizativa no pueden seguir usándose para su propio desgaste bajo la táctica negociadora, y que tampoco deben convertirlo en la cantera de votos de quienes prometen una salida electoral al problema de las reformas. Por el contrario, la exigencia histórica a la CNTE es la extensión de movimiento a todos los sectores posibles, la construcción de una huelga nacional del sector educativo y, con base en ella, de un gigantesco movimiento de trabajadores que pueda verdaderamente frenar los planes reformistas del Estado. Lo titánico de esa tarea, el gigantesco esfuerzo que requiere, contraviene directamente la insinuación moisseneana de que la derogación de las reformas puede obtenerse a través del voto.
En este marco, ¿cómo podría usarse una Asamblea Constituyente a favor de los intereses de la clase obrera? Llamando desde sus tribunas a la socialización de los medios de producción; haciendo una crítica radical de todo lo constituido, de todas sus relaciones, de todos sus fetiches, de toda su propaganda, de toda su forma de ver la vida y de comprender el cambio social; contraponiendo a todo eso el comienzo de la historia, la posibilidad de la autodeterminación humana, de la libertad y de la igualdad absolutas. Esto es, enarbolando el programa máximo de la revolución comunista. ¿Es esto lo que hacen los “Anticapitalistas a la Constituyente”? Por el contrario, lo que están haciendo los candidatos de la fórmula 5 es imitar en todo lo posible al poder constituido. Al tiempo que se denuncia al capitalismo en su totalidad, las consignas democrático radicales deben emanciparse de ese poder, de sus estructuras y sus modos, convirtiéndose en consignas por las cuales se moviliza de forma independiente la clase obrera, con sus organizaciones independientes y sus tradiciones de lucha. La escala móvil de salarios no es una promesa de campaña, es una demanda por la cual la clase obrera estalla huelgas generales y pone en marcha el sabotaje. La abrogación de la Reforma Educativa no es una promesa de campaña, es la razón por la que ahora mismo los maestros se baten en la calle contra las fuerzas del orden constituido. De la evolución de esa lucha, de la superación exitosa de sus contradicciones, del aprendizaje que de ella adquiera el movimiento obrero, de la correlación de fuerzas que arroje, es de lo que depende el surgimiento de una situación verdaderamente constituyente. Pero no constituyente en el sentido de la Asamblea que ha parido a la república burguesa, sino en el de la constitución proletaria de un mundo absolutamente nuevo. Entonces, si después de la insurrección obrera, después de largas y violentas huelgas generales, después del enfrentamiento abierto y total con el poder constituido, la clase obrera lo ha derrotado, lo ha puesto de rodillas y puede obligarlo a aceptar sus condiciones, podrá erigirse en la cima de esa última y definitiva constitución y vociferar a voz en cuello:
“¡Socialización de los medios de producción, economía planificada, igualdad absoluta entre hombres y mujeres!”
El Constituyente constituido, o por qué este proceso es antiobrero y antidemocrático.
En términos históricos, un poder constituyente es aquel que emana directamente de la conclusión de explosiones sociales de grandes proporciones, que dejan al país en cuestión sin poderes establecidos con firmeza y en la necesidad de constituir unos nuevos. Es el resultado de un choque violento entre las clases sociales que necesariamente refleja una nueva correlación de fuerzas, una nueva situación de dominación. En términos jurídicos la definición es similar, pues se comprende al poder constituyente por oposición al poder constituido, es decir, todo poder “legal”, regulado y conferido por la normatividad positiva vigente. Así, en la historia mexicana, los ejercicios de poderes constituyentes más conocidos son los de 1857 y 1917, ambos producto de profundas y violentas luchas sociales en las cuales salió favorecida la burguesía nacional, quedando este triunfo plasmado en ambos textos constitucionales.
De ahí que resulte sospechoso que para la redacción de una nueva Constitución para la Ciudad de México se convoque a una Asamblea Constituyente ¿Han acontecido en esta ciudad choques sociales de la magnitud necesaria para derribar a los poderes constituidos en 1917? ¿Ha cambiado cualitativamente la correlación de fuerzas, al grado de que este cambio deba reflejarse en una ley radicalmente distinta a la anterior? Dejemos clara una cosa, esos poderes constituidos en el 17 son los poderes de la burguesía sobre el proletariado, el régimen de producción que regula esa Carta Magna es el régimen capitalista y las relaciones que establece como legales son las relaciones de explotación y dominación que permiten la extracción burguesa del plusvalor. Es necesario decir que esa situación no sólo no se ha modificado cualitativamente, sino que sus cambios cuantitativos recientes la han reforzado, han subordinado más al proletariado y lo han sujeto a una explotación más intensa e inmisericorde. Las reformas estructurales son cambios legales que refuerzan la posición de los poderes constituidos y empeoran drásticamente la de los oprimidos; se trata de las mismas relaciones de dominación pero aplicadas a una mayor escala y con menos limitaciones.
Entonces ¿Puede representar esta Asamblea a supuestas nuevas fuerzas y nuevas relaciones de dominación? La respuesta es obviamente negativa. La situación que acabamos de describir se refleja desde las premisas del proceso. En primer lugar, como informan algunos críticos del mismo, la convocatoria para formar la Asamblea fue regulada por el Poder Revisor de la Constitución, es decir, un órgano del poder constituido por la Constitución de 1917, y el poder constituido entonces no es otro que el poder de la burguesía. Este mismo poder, nos informan los críticos, redactó y publicó ya en el Diario Oficial de la Federación la mayor parte del “nuevo” texto constitucional.
En segundo lugar, le fue otorgada –por los mismos poderes constituidos-, al jefe de gobierno de la Ciudad (otro poder constituido), la supremísima potestad para redactar el proyecto de la nueva Constitución. El papel de la Asamblea se reduce a revisar el texto y a proponer cambios y adiciones. Aunque está facultada para plantear la incorporación de temas no previstos en el proyecto, éstos sólo se discutirán después de haber terminado de remozar el borrador dado por el gobierno. Es decir que el grueso de trabajo de la Constituyente se hará sobre la base de un texto redactado por el poder constituido. ¿Constituido por quién? Por la burguesía.
En tercer lugar, ya informados de todo esto, ¿podemos siquiera plantear que esa Asamblea es en realidad una Constituyente frente a los burgueses constituidos que le darán el texto que tiene que revisar? En realidad no: la Constituyente no es más que otro órgano de expresión de esos mismos poderes. Se integrará por 100 diputados, 40 de los cuales serán impuestos por… los poderes constituidos, en la siguiente razón:
14 senadores designados por la cámara de senadores
14 diputados designados por la cámara de diputados
6 nombrados por el Presidente de la República
6 nombrados por el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México
Es decir, nada más y nada menos que 40 legisladores designados por la burguesía empoderada y constituida en Estado. No hay en ese 40% de la nueva Asamblea un ápice de poder Constituyente. Pero dirán nuestros detractores liberales: “¡Son la minoría, el pueblo puede elegir aún al 60%!”. A lo que respondemos, ¿de dónde es que esa entidad fantasmal llamada “pueblo” va a elegir a sus representantes para la Constituyente? Claro está que de los partidos políticos constituidos como tales, las bestias que devoran los impuestos de los trabajadores y devuelven una parte en forma de detritus electoral, campañas ridículas para perezosos mentales cuyo único objetivo es hacer pasar el interés de la burguesía por interés general. ¿No hicieron eso los partidos del Pacto por México, al decirnos que las reformas estructurales eran por nuestro propio bien? Nos dirán el señor Ackerman y sus acólitos: “¡El Pacto por México no es todo, podemos votar por los prohombres de MORENA y salvar a la Ciudad de la oligarquía mancerista!” Pero, ¿no era el propio Mancera hace unos meses miembro de la oligarquía lopezobradorista, agrupada en torno al magnate constituido Carlos Slim, como lo eran también José Luis Abarca y Ángel Aguirre, los asesinos de normalistas? ¿No luchaban esos normalistas contra la privatización de la educación, y por lo tanto contra los intereses de la burguesía constituida, cuando fueron ejecutados por los aliados de MORENA? ¿No es cierto que ese partido dejó pasar sin protesta alguna la Reforma Laboral para no asustar a los burgueses constituidos que financiarán su próxima campaña electoral y que constituyen su verdadera fuerza? ¿Puede plantearse con algo de seriedad, entonces, que los partidos del Pacto por México y su palero el MORENA son otra cosa que los brazos electorales y desmovilizadores de los poderes constituidos?
Y contra esto vociferará el liberalismo de izquierda “¡Los partidos electorales no son todo, hay candidatos independientes, votemos a los candidatos independientes!” ¿Pero cuánta independencia puede haber en un proceso gobernado de principio a fin por los poderes constituidos? Es claro que los partidos del régimen se han adelantado ya y han presentado como independientes a sus propias huestes, como en el sonado caso del “Bronco” el año pasado. Además, en caso de ganar algunos independientes, serán amancillados por quienes representan el poder de los partidos, de tal modo que para sobrevivir tendrán que agruparse en torno a alguno de ellos, perdiendo toda independencia y sumándose entonces al poder constituido. Pero el problema de los “independientes” es más profundo. En tanto este Constituyente no es producto en modo alguno de un conflicto de clases que haya removido las estructuras del Estado y las relaciones vigentes de dominación, es extremadamente difícil que sus planteamientos puedan ser verdaderamente constituyentes. Por el contrario, lo más probable es que no encontremos en sus plataformas más que propuestas para administrar mejor el orden constituido, para proteger mejor el interés de la burguesía disfrazado de interés general, para superar los desperfectos de los partidos en materia de respeto a la propiedad privada y cuidado de las relaciones de dominación que la protegen y la hacen funcionar. Si revisamos el programa de un candidato independiente al azar encontraremos sólo los siguientes puntos:
-Cárcel a los corruptos
-Ley Anticorrupción
-Revocación de mandato
-Plebiscito y Consulta Ciudadana
-Evaluación continua del Buen Gobierno
-Fiscalización Ciudadana
Estos seis puntos se resuelven en dos: que los políticos no roben lo que a los propietarios privados pertenece y que sea respetada la ciudadanía, es decir, el conjunto de derechos de la propiedad privada. No se está constituyendo nada, se está fortaleciendo lo ya constituido, se está perfeccionando y haciendo eficiente la expropiación del trabajo de la clase oprimida por la burguesía. Resumiendo: tenemos entonces una Constituyente que no puede constituir, y no puede hacerlo porque ella misma está constituida por los poderes constituidos; su función es, a lo más, reforzar lo constituido, y lo constituido es la dominación de la burguesía sobre el proletariado.
La candidatura “anticapitalista”, o la promesa de constituir lo ya constituido.
Del interior de esta desagradable maraña mal tejida por el poder constituido de la burguesía, surge para la “nueva” Asamblea una candidatura que dice ser verdaderamente independiente, distinta cualitativamente de las demás candidaturas independientes por el hecho de defender las aspiraciones de los trabajadores, los jóvenes y las mujeres. La fórmula número 5 “Anticapitalistas a la Constituyente”, se presenta como el non plus ultra del radicalismo democrático de esta competencia, ofreciendo como promesas de campaña una serie de medidas abiertamente antipatronales que ningún trabajador en su sano juicio podría despreciar. Resumamos:
Igualar los salarios de los políticos a los del magisterio; acceso irrestricto a la educación media superior y superior basado en el impuesto progresivo a escuelas privadas y el no pago de la deuda externa, ningún despido por la Reforma Educativa; prohibición del outsourcing y tercerización, derogación de la Reforma Laboral, salario mínimo igual a la canasta familiar actualizado con la inflación; plan de obras públicas bajo control de los trabajadores, medidas expropiativas contra empresas que incumplan los derechos laborales; derogación del artículo 362, liberación de presos políticos y disolución del cuerpo de granaderos; renacionalización sin indemnización de servicios privatizados, nueva fiscalización del gran capital; control de las empresas nacionalizadas por trabajadores y usuarios; concesión a familias pobres y de trabajadores de un porcentaje del suelo mayor al disponible para vivienda, expropiación de los terrenos usurpados por corporaciones para el mismo fin; nacionalización del transporte bajo control de los trabajadores, boleto gratuito para estudiantes y trabajadores.
Es evidente que la implementación de esas medidas requiere un cambio radical en la correlación de fuerzas que subordine a la burguesía y la obligue a aceptarlas. Es decir, requiere la caída del poder constituido burgués y el surgimiento de nuevos poderes con posibilidad de constituirse como tales. No son medidas que puedan venir del poder constituido tal como lo conocemos ahora y tal y como lo ha conformado la Asamblea “Constituyente”. Se nos sugiere que son demandas democráticas que pueden orientar a la clase obrera en su lucha contra la burguesía, pues a través de la campaña electoral llegarán a millones de trabajadores. Ahí radica la fe constituyente de los animosos jóvenes del Movimiento de los Trabajadores Socialistas (al cual se adscriben los candidatos), que pese a que reconocen el cariz antidemocrático del proceso, siguen pensando que a partir de él, por lo menos indirectamente, pueden constituir algo nuevo. Pero esto trae consigo una contradicción: ¿Quién demanda a quién en la relación entre el Estado y sus subordinados? ¿Cómo es posible que las demandas obreras sean planteadas por y desde el Estado? Esto es comprensible si entendemos que los “Anticapitalistas” se mueven siempre en el plano de lo constituido. Expliquémonos. En la tradición política marxista, el único objetivo de la lucha electoral es el uso de los escaños como tribuna para la agitación revolucionaria, para la denuncia radical del sistema capitalista y para el encumbramiento mediático del llamado programa máximo, esto es, la socialización de los medios de producción y la constitución de un orden comunista. Es decir, desde una política revolucionaria no existe la fe en el poder constituyente de lo constituido, sino sólo su denuncia y su condena a muerte. Temerosos ante una arenga de este tipo, ante un comportamiento tan desentonado con los buenos modos de los que de un tiempo para acá hacen alarde, ante la posibilidad de que palabras tan altisonantes causen su expulsión del círculo social de lo constituido; asustados por la posibilidad catastrófica de que todos esos jóvenes de clase media entusiasmados por la democracia se aterroricen con el comunismo; claudicantes por su convicción de que la clase obrera no puede entender sus propios intereses más que a través del discurso democrático; en otras palabras, inmersos absolutamente en el mundo de lo constituido, los Anticapitalistas y compañía han sustituido el programa comunista por el programa mínimo, compuesto de esas demandas democráticas radicales. Y por eso mismo, en lugar de plantearle a la clase trabajadora aquel programa máximo que difícilmente podía emanar de ella de modo espontáneo, le plantean aquél que justamente debía salir de ella, de sus necesidades inmediatas y cotidianas: de ahí la enorme confusión, creada por la pusilanimidad “anticapitalista”, en la que un Estado le dice a los trabajadores qué demandarle. Es sorprendente que en la actual coyuntura, en la que cada una de las luchas y protestas que a diario estallan en nuestro país amenaza con convertirse en una rebelión que arrase con todo lo constituido, los “Anticapitalistas” renuncien al programa socialista y lo escondan tras el comodín de las consignas democráticas.
Esta contradicción de fondo se transforma también en contradicción de forma. Por más que los “Anticapitalistas” insisten en que sus consignas democráticas son llamados a la lucha callejera, no es así como aparecen ante los ojos de la clase obrera. Su calidad de “consignas” o de “demandas”, que es como ellos las defienden en su propaganda extraelectoral, pierde todo sentido en la campaña electoral. En ella, tienen el estatus de promesas de campaña, de programa a realizar si la fórmula 5 resulta electa. Por eso pueden encontrarse así en el sitio de internet del INE, un poder constituido. No son orientaciones de la lucha, sino motivos para votar por alguien. Así se presenta también, en sus spots televisivos, la consigna del aumento salarial conforme a la inflación, como una promesa de campaña, no como una bandera de lucha. Cuando decimos “se presenta” no nos referimos sólo al discurso verbal abierto, sino a la forma toda en que la consigna surge ante los ojos de los trabajadores: los spots de la fórmula 5 no son distintos a ese detritus electoral que nos han hecho masticar los partidos patronales durante décadas. En el papel de las juventudes panistas viendo al horizonte, conocidos activistas universitarios tocándose la barbilla; en el de Santiago Creel en pose reflexiva, el otrora merolico de la izquierda burguesa, Massimo Modonesi, mirando al piso. Y lo que permanece idéntico, fiel a la tradición publicitaria del populismo priista practicado igual por el PRD y el MORENA, el conocido grupo de trabajadores y gente pobre que, después de una breve discusión, concluyen que lo único que pueden hacer para mejorar su situación es acudir a las urnas. Pero nada de esto es casualidad. Sergio Moissen, Sulem Estrada y compañía hacen lo único que pueden hacer para aspirar a las curules: imitar palmo a palmo las formas constituidas de la democracia burguesa, sus modos, sus imágenes y sus discursos visuales, pero también su mensaje político, desmovilizador por excelencia.
A esto se suma la inclusión en el discurso de sujetos ambiguos, como la juventud y las mujeres, cuya composición multiclasista complica su adscripción a un programa comunista. Por eso, esa ambigüedad también corresponde bien con las relaciones constituidas de dominación: es políticamente correcto apelar en el discurso a “nuevos sujetos transformadores” que sustituyan a la anquilosada clase obrera, nadie votará por ti si mencionas demasiado a la clase obrera. Hay que deducir también que el voto obrero no es una prioridad para los “Anticapitalistas.”
Así las cosas, los “Anticapitalistas” se han creído las palabras del Estado y han tomado por Constituyente lo que no es más que otra expresión de lo constituido. Al contrario de los otros candidatos independientes, que cínicamente defienden el fortalecimiento de lo constituido, los “anticapitalistas” pretenden constituir, pero lo hacen bajo las premisas y las formas de lo constituido. Cuando las consignas democráticas sustituyen al programa comunista no son ya un arma del proletariado, sino de la burguesía; cuando aparecen ambiguamente como promesas y como demandas al mismo tiempo, se tornan agente de confusión y no instrumento de organización. Cuando quien las enarbola lo hace para mantenerse en lo constituido y no para romper con él, las convierte en los gigantescos muros de un callejón sin salida. No debe extrañarnos esta confusión política de parte de Moissen y compañía. De unos años para acá, el Movimiento de los Trabajadores Socialistas ha aprovechado cada coyuntura para llamar a la formación de Asambleas Constituyentes. Han machacado tanto la consigna que han terminado por fetichizarla, esto es, la han privado de su contenido histórico y la han convertido en una panacea que por sí misma puede barrer con lo viejo e inaugurar lo nuevo. Su fijación por el “ciclo bonapartista” reflejado en la Constitución de 1917, que sancionó unas nuevas relaciones burguesas de dominación, los ha llevado a pensar que toda Constituyente refleja una situación de trastocamiento del orden social. Para ellos, la Constituyente no puede sino constituir; no requiere para ello un contexto, sino que crea el contexto por sí misma. Esa, según ellos, es la función de sus promesas democráticas. Lo que hemos demostrado hasta aquí es que el carácter constituido de la constituyente, con su origen, su estructura, sus procedimientos, sus formas y sus discursos, pero sobre todo por su sólido fundamento en una relación de dominación de clases que no ha sido removida, no puede sino quitarle el filo a cualquier consigna democrática, despojarla de su peso específico como agente movilizador, convertirla para los trabajadores en una moneda de cambio contra su sometimiento constituido.
¿Cuál es ese contenido histórico de “La Asamblea Constituyente” que la gente del MTS ignora en absoluto? La Constituyente del México revolucionario cumplía la misma función que habían tenido sus homónimas en Alemania y Francia en el siglo XIX: ajustar cuentas entre la burguesía y la aristocracia terrateniente para establecer regímenes capitalistas modernos. La Asamblea Constituyente es la partera de la república burguesa: inaugura el orden político burgués, las formas burguesas de elegir y de representar. A la vez, la Constituyente parió el lenguaje político burgués que precisa ese orden político, las formas discursivas que permiten tales modos de ejercicio y delegación del poder. Es en ese sentido que los “socialistas” de la fórmula 5 son hijos predilectos de su madre Constituyente: al esconder el programa socialista que denuncia el antagonismo insalvable entre burguesía y proletariado; al hacerle creer a este último, como buenos socialdemócratas, que el sistema puede reformarse; al nublar esa contradicción introduciendo demandas propias de la clase media progresista; en resumen, al posponer permanentemente la superación del antagonismo de clase que sostiene al régimen, se acomodan plácidos en el mundo de lo constituido, se recuestan en él cada vez más cómodos, cada vez menos ruidosos, cada vez más amigables para los poderes constituidos de los que ahora se rodean. En nombre de este nuevo margen de confort, los jóvenes impetuosos del MTS no pueden sino comprarle a los poderes constituidos el cándido ofrecimiento de volver a constituir; sus experimentados líderes tienen por fin el Constituyente que siempre anhelaron y se revuelcan en él con singular regocijo.
Lo que resulta más lamentable de esta situación es que el MTS y los “anticapitalistas” hacen esto en una coyuntura en la que la clase trabajadora requiere de claridad política. Es evidente que en estos días se juega, en manos del magisterio, la suerte de toda la clase: si los maestros son derrotados, no habrá ya fuerza obrera organizada que pueda seguir resistiendo las reformas estructurales. Y es momento de que el magisterio agrupado en torno a la CNTE saque de la historia reciente todas las lecciones y las convierta en política. Lo que esas lecciones le enseñan es que su tamaño y su capacidad organizativa no pueden seguir usándose para su propio desgaste bajo la táctica negociadora, y que tampoco deben convertirlo en la cantera de votos de quienes prometen una salida electoral al problema de las reformas. Por el contrario, la exigencia histórica a la CNTE es la extensión de movimiento a todos los sectores posibles, la construcción de una huelga nacional del sector educativo y, con base en ella, de un gigantesco movimiento de trabajadores que pueda verdaderamente frenar los planes reformistas del Estado. Lo titánico de esa tarea, el gigantesco esfuerzo que requiere, contraviene directamente la insinuación moisseneana de que la derogación de las reformas puede obtenerse a través del voto.
En este marco, ¿cómo podría usarse una Asamblea Constituyente a favor de los intereses de la clase obrera? Llamando desde sus tribunas a la socialización de los medios de producción; haciendo una crítica radical de todo lo constituido, de todas sus relaciones, de todos sus fetiches, de toda su propaganda, de toda su forma de ver la vida y de comprender el cambio social; contraponiendo a todo eso el comienzo de la historia, la posibilidad de la autodeterminación humana, de la libertad y de la igualdad absolutas. Esto es, enarbolando el programa máximo de la revolución comunista. ¿Es esto lo que hacen los “Anticapitalistas a la Constituyente”? Por el contrario, lo que están haciendo los candidatos de la fórmula 5 es imitar en todo lo posible al poder constituido. Al tiempo que se denuncia al capitalismo en su totalidad, las consignas democrático radicales deben emanciparse de ese poder, de sus estructuras y sus modos, convirtiéndose en consignas por las cuales se moviliza de forma independiente la clase obrera, con sus organizaciones independientes y sus tradiciones de lucha. La escala móvil de salarios no es una promesa de campaña, es una demanda por la cual la clase obrera estalla huelgas generales y pone en marcha el sabotaje. La abrogación de la Reforma Educativa no es una promesa de campaña, es la razón por la que ahora mismo los maestros se baten en la calle contra las fuerzas del orden constituido. De la evolución de esa lucha, de la superación exitosa de sus contradicciones, del aprendizaje que de ella adquiera el movimiento obrero, de la correlación de fuerzas que arroje, es de lo que depende el surgimiento de una situación verdaderamente constituyente. Pero no constituyente en el sentido de la Asamblea que ha parido a la república burguesa, sino en el de la constitución proletaria de un mundo absolutamente nuevo. Entonces, si después de la insurrección obrera, después de largas y violentas huelgas generales, después del enfrentamiento abierto y total con el poder constituido, la clase obrera lo ha derrotado, lo ha puesto de rodillas y puede obligarlo a aceptar sus condiciones, podrá erigirse en la cima de esa última y definitiva constitución y vociferar a voz en cuello:
“¡Socialización de los medios de producción, economía planificada, igualdad absoluta entre hombres y mujeres!”
IZQUIERDA REVOLUCIONARIA INTERNACIONALISTA
"Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones"
"Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones"